Era una mañana triste, y lluviosa, y parecía que no quería amanecer.
En la calle, con la cara fría oculta por el cuello de mi abrigo, me cruzaba con gentes grises y sombrías, que caminaban ensimismadas, mirando al suelo, aisladas en sus propios pensamientos.
Y de pronto, al cruzar un parquecillo, allí estaba: de lo profundo de un seto, surgía alegre y aflautado el canto optimista de un mirlo que valientemente desafiaba a las gotas de lluvia helada.
Un hermoso regalo, promesa invernal de una pronta primavera.
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