La lluvia.
Las nieblas agarradas en los picachos, acolchadas en los valles, manando de los oscuros bosques como el humo de mil hogueras.
El viaje.
El frío.
Tú y yo.
El aroma del norte y del eucalipto.
Los ásperos tojales empapados de agua.
Las risas y los silencios compartidos.
Las merendolas en casa de mamá.
Los reencuentros y las despedidas.
Y el mar... el mar eterno, cargado de vida, manchado de muerte; el mar llamando día y noche con su bronca voz, envolviéndolo todo en su aliento húmedo y viscoso con olor a sal.
El mar, siempre presente. El mar.
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